lunes, 6 de septiembre de 2010

UNA PROPOSICIÓN INDECENTE


Éste es un clásico de la ciencia-ficción que a menudo encontramos clasificado por error en la sección de "Romance" o incluso "Drama." Es una película bastante interesante, en primer lugar, porque nos previene eficazmente contra los riesgos de la irrealidad. Los protagonistas, Demi y Woody, viven una historia de amor tan romántica y emotiva que acaban de alguna forma insensibilizados a todo lo que les rodea. En esta falta de realidad se incluye la ocurrencia de narrar la película a dos voces, doble primera persona que potencia y multiplica la sensación de que ambos personajes son inasequibles al ridículo.
Como decía, al amor opalescente de esta pareja encantadora sólo lo oscurece el hecho de estar más tiesos que la mojama, a pesar de ser él arquitecto y ella trabajar en una inmobiliaria. Siempre cortos de fondos, no terminan de conseguir liquidez para construir la casa de sus sueños, que acaba siendo seriamente amenazada por la impaciencia de los bancos. A este respecto hay una escena muy conmovedora en la que Demi le pregunta a su abogado qué les pueden hacer los bancos si no pagan las letras. El abogado es un ser grosero y se lo explica, y la burbuja dorada de su amor empieza a tambalearse. La única salida que se les ocurre para pagar todo lo que deben y que no les embarguen su propiedad a medio construir es irse a Las Vegas a ver si ganan 50.000 dólares. Una vez allí, Demi conoce a un multimillonario en una tienda mientras roba bombones y fantasea con los vestidos que no puede comprarse. El multimillonario resulta ser un tipo rumboso y vividor, con cantidad de tiempo libre y crédito en el casino, y aunque algo ajado, todo el mundo puede reconocer al mismísimo Robert Redford bajo su traje de etiqueta.
La pareja, claro está, pierde hasta la gorra en la ruleta. Entonces el magnate les ofrece su hospitalidad, y en una partida de billar deja caer, como quien no quiere la cosa, que todo el mundo está a la venta. La pareja, alarmada, se opone a esta concepción brutalmente materialista de un mundo que hasta ahora ha transcurrido en la quinta dimensión por lo menos. Él insiste, primero porque es más viejo, y segundo porque le tiene echado el ojo a Demi desde lo de la tienda y los bombones. Le dice al marido con toda cortesía que le afloja un millón de dólares por pasar una noche con su mujer. La pareja, escandalizada, huye de la escena, pero luego se les ve royendo la almohada a la manera de Homer Simpson. Están rumiando si una noche en realidad quiere decir 15 minutos en el tiempo de los sexagenarios millonarios o si quizá es incluso menos. 
El caso es que un millón de dólares es un millón de dólares, y la pararealidad de Demi y Woody se ha visto bastante comprometida tras esta inocente propuesta. La mayoría de los mortales en la realidad terrestre sugeriría un dos por uno, ofreciendo las posaderas del marido en el lote, pero éstos dos se hacen de rogar y se alejan por unas horas a Andrómeda a seguir libando ambrosía con los unicornios encantados. Pero las deudas acechan y al final ella acepta autoinmolarse. Se va horrendamente ataviada a su cita para evidenciar el disgusto que le provoca la sordidez del trato. Woody se queda cabizbajo y entregado a oscuras cavilaciones. Algo chungo debe pensar, porque de súbito se arrepiente y sube corriendo como un loco a recuperar a su mujer, pero para entonces el magnate lleno de recursos se la ha levantado en un helicóptero  a un yate donde todo está preparado para el sacrificio de la manera más romántica y empalagosa posible.
De vuelta al mundo de las campanillas, el marido resulta ser uno de esos tipos a los que no les mola un pelo que le metan la mano en el plato de comida. Se enfurruña y pasa una serie de episodios de celos bastante dramáticos, hasta el punto de que Demi decide huir, no sin renunciar puntillosamente al millón de dólares que se había ganado con tanto trabajo. Él, por su parte, también prefiere la pobreza antes de tocar un solo centavo. La coyuntura le viene que ni pintada al multimillonario, que para nuestra sorpresa se dedica a cortejar a Demi persiguiéndola allí donde va, comprándole regalos y soltándole perlitas de éstas destructivas que a las mujeres nos encanta oír. Ella, nada, pasando. Se hace la dura, le evita, se pone a dar clases a inmigrantes por amor al arte, "sólo para estar ocupada." Entretanto Woody está destrozado. Mira fotos y diapos de Demi, suspira y solloza, comprende a lingotazo limpio que donde esté el amor el dinero no vale nada. La terquedad de la pareja para aferrarse a la irrealidad absoluta es lo que coloca esta obra en la estela de clásicos como Encuentros en la Tercera Fase por lo menos. 
Por un momento parece que todo va a enmendarse cuando el millonario se queda con la chica. Pero entonces Woody pone punto final a su meteórico período autodestructivo, se hace profe de arquitectura y suelta con aire de madurez infinitas sandeces ante una diapositiva del Guggenheim  NY para desmayo general de sus alumnas. Es el momento de interrumpir una subasta que frecuenta el millonario junto a Demi y pujar su millón de dólares por un hipopótamo. Ante este nuevo asalto a la pararealidad, Demi literalmente sucumbe. Que le den por el culo al viejales millonario. Donde se ponga el amor extático en fuga hacia la ultragalaxia, que se quite todo lo demás. El vejete se resigna, y se aleja caballerosamente marcándose un fox-trox...

1 comentario:

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