En mi actual estado de postración, en el que debido a la jaqueca lo más complicado que puedo ver es Bob Esponja, esta peli viejuna me ha resultado de lo más entretenida.
La cosa comienza mostrando la vida perfecta de un estudiante de derecho, guapo, deportista y con novia. Esta vida tan ideal se verá truncada en menos que canta un gallo. Una mañana que el estudiante ha madrugado para correr por la calle con una mochila de ladrillos a la espalda, se da de bruces contra un camión de ocho ejes. Los ladrillos saltan por los aires y se estrellan contra el suelo en una metáfora de lo que le está ocurriendo a su espalda.
A continuación, la suerte parece esquivarle como a un apestado: le opera un tipo más que dudoso, que aprovecha su paraplejia para levantarle a la novia. El pobre se queda solo en el mundo, accionando su silla de ruedas con una pajita y sintiendo taquicardias cada vez que ve aparecer a su madre con las maletas amenazando con quedarse a cuidarle para siempre.
Afortunadamente tiene un amigo científico, un tipo que investiga bajo los efectos de las anfetaminas y otros estimulantes y permanentes tensiones en su departamento, y que tal vez por eso está dispuesto a pasarse la ética profesional un poco por el forro. El objetivo de sus experimentos no queda del todo claro, pero lo cierto es que ha descubierto que rallando un cerebro humano en una solución de isoflavonas de soja e hidrocarburos e inyectándoselo a una mona capuchina de inteligencia simiesca media, ésta experimenta un incremento espectacular en su CI. Acto seguido encuentra a una atractiva entrenadora de monos que ayudan a discapacitados, y le endosa al espécimen para que lo adiestre en cuidar a su amigo. Resultado: la mona pronto desplaza a la enfermera en sus cuidados, le lleva y le trae cosas, le da de comer, lo atiende, lo peina y hasta comienza tener un prometedor futuro en el mundo de las leyes.
Pero pronto queda claro que Ella está sintiendo algo más que una empatía profesional hacia su guapo y atlético paciente. Se lo queda mirando con sus ojos simiescos entornados de ternura, y hasta le pone una cinta en el radio-casette y le echa sus bracitos al cuello para marcarse un baile agarrados. Él al principio le ríe las gracias, pero cuando comienza a desaparecer todo el que le toca tangencialmente los cojones, empieza a preocuparse. Una noche que Ella sale con una caja de cerillas que parece una caja de zapatos entre sus diminutas manitas, nuestro prota se empieza a mosquear. Al día siguiente se entera de que se ha organizado una barbacoa en la cabaña de madera altamente combustible en la que su ex médico y su ex novia se habían recluido para pasar el finde. El tipo culpa a la mona, que se ve obligada a escapar.
Ah, pero volverá. No sólo está enamorada, sino que además está celosa, porque resulta que su ex cuidadora se ha pegado como una lapa al discapacitado, ahora que los médicos le han dicho que su paraplejia es reversible y que en cualquier momento puede echar a andar. Como además es guapa y rubia como el prota, los dos pegan y es lógico y estético que terminen juntos. Esa circunstancia termina de cabrear a Ella.
Me acuerdo ahora de otra historia de monos: en Informe para una academia, el cuento corto de Kafka, el mono Peter el Rojo es apresado y enjaulado en un angosto cajón, donde no hará otra cosa que chillar aterrorizado. Al cabo comprende que en su nueva vida la identidad animal representa ser esclavo y estar confinado en una jaula, y decide que es mejor convertirse en ser humano. Un miembro de la tripulación se compadece de sus esfuerzos por convertirse en hombre y le enseña humanidad a través de la tortura. Ella tal vez ha llegado a las mismas conclusiones que Peter el Rojo: ser humano representa ser libre en el sistema de los que dominan. Y lo ha intentado a través del amor. Pero desde luego que los demás no se lo van a permitir. Furiosa, Ella no está dispuesta a ser ninguneada ni a renunciar por extensión a su cualidad humana de hacer el mal (algo suponemos que desconocido en la sociedad de los capuchinos)
A continuación, y aprovechando las ansias de venganza de Ella, se van citando en la casa todos los secundarios que han rulado por la peli. La una que se mete en la bañera, el otro que se deja un montón de inyecciones paralizantes por ahí tiradas, y Ella que lo tiene claro: “o conmigo o con nadie.”
Llegado el momento de la refriega final, me alegro de nunca me haya dado por la interpretación. Es bochornoso ver a un hombre adulto de estatura normal luchando a brazo partido con un peluche de 30 centímetros colgado del cuello, mientras se golpean contra las paredes y van derribando todos los muebles de la casa. Las cosas que tienen que hacer los pobres actores… y si no que se lo pregunten a las valientes protagonistas del Ciempiés Humano, que seguro que acudían cada mañana al set temerosas de lo que hubieran comido el día anterior sus compañeros de rodaje. Tomemos a los actores y actrices españoles, por ejemplo. A veces, por exigencias del guión, incluso se ven obligados a sostener una pistola, e invariablemente lo hacen con tan poco credibilidad y convicción, que yo he llegado a la conclusión de que lo que pasa es que no se fían un pelo de los responsables del atrezzo, y están esperando a dispararse un balazo en un pie en cualquier momento.
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